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De ser dadivosos

02-09-2019 7:48 AM

La vida es espléndida y nos regala una lluvia de amor y bendiciones todos los días. De niños repartimos ese esplendor dadivosos y llenos de alegría, derrochando y regalando nuestra energía por doquier. ¿Por qué, entonces, nos rompemos por dentro y somos tacaños untando el paté en las galletas para nosotros y los que amamos?

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De niños conocemos a un nuevo vecino, o nos encontramos un nuevo compañero de clases en el recreo, y lo miramos con los ojos abiertos y le decimos “¿quieres que seamos amigos?” y nos abrazamos y somos mejores incondicionales amigos sin examinarlos ni cuestionarles nada. Pero de adultos miramos con recelo a los desconocidos y desenfundamos la pistola dispuestos a defendernos de cualquier amenaza imaginaria. ¿Por qué?

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Llegamos a un trabajo nuevo y ayudamos decididamente a todo el mundo aun cuando nadie nos ayude, y llenos de entusiasmo emprendemos cualquier labor rápidamente como si de eso dependiera el éxito de la compañía, por insignificante que sea. Y luego perdemos el ánimo, perdemos el empuje, y desdeñamos todo y apenas sacamos la vista del periódico y despachamos a los nuevos con un aburrido ademán. ¿Por qué?