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Un sentido de humor masculino pero libre de cinismo

05-07-2009 10:55 AM

Ayer fue la celebración de los 25 años de mi promoción en la universidad. Fue un simpático reencuentro con mis excompañeros de clases, amigos y conocidos. A algunos tenía 25 años sin ver, a otros mucho menos, porque los eventos de computación, y el cerrado círculo de compañias en la ciudad siempre producen encuentros no programados.

La ceremonia fue muy entretenida a pesar de que éramos 200 y pico los que íbamos a recibir los botones conmemorativos, entre otras cosas porque mientras subíamos al podio presentaban en una pantalla la foto incluída en nuestra planilla de inscripción original, lo cual resultaba muy revelador de los cambios físicos que habíamos sufrido en los 30 años transcurridos (5 de carrera + 25). Sin embargo, muchos habían permanecido incólumes al tiempo al mejor estilo de Dorian Gray, incluyendo una señora que no solamente tenía el mismo peinado, sino también la misma ropa.

Luego vino el  baile acompañado de agua de escocés en falda, y entremeses mucho más ligeros de lo que hubiera deseado. Fueron 4 horas sin disfrutar de un asiento, bailando todo tipo de música, con el respectivo trencito venezolano, los saltos y gritos acostumbrados, alguien que parecía ser un profesor de bailoterapia por su infinito repertorio de bailes, y yo buscando la forma de no ver al que parecía no haber bailado jamás en su vida e insistía en hacerlo por primera vez, porque me hacía perder mi ya precario ritmo.

El baile terminó de la forma más abrupta imaginable, con un violento apagado de luces sin que mediara un alma llanera, dejándonos a todos a oscuras. Ya éramos 4 gatos de todas formas, de aquéllos que les gusta apagar las luces, aunque esta vez fue  así literalmente.

Me uní al grupo de Luis, Davicito, Luisa y Adriana que nos rehusábamos a tomarnos el último whisky de la noche, por lo que luego de varios minutos de indecisión terminamos en Juan Sebastian, con una nueva botella, entera, no media, de la cual pretendíamos sacar cada uno un solo trago, y terminó casi vacía. Qué borrachines somos. Lo cual quedó comprobado una y otra vez con vasos en el suelo, bailando en bonchinche y desorden.

La ocasión fue interesante para viejas revelaciones no dichas, conversaciones de 25 años que no habían terminado y otras menudencias, incluyendo mi descubriento de la cantidad de viajes y paseos que mis compañeros organizaron en la época de la universidad a los que no asistí por timidez o plana y desnuda estupidez. A Adriana le confesé mi admiración por su fino y sofisticado humor, casi masculino pero libre de cinismo, y Luisa se cansó de darme vueltas en el baile porque mis repetitivos pasos se estaban poniendo tediosos. Finalmente la noche terminó como deben terminar entre amigos de tres décadas: 0, 0, 0.